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miércoles, 14 de septiembre de 2011

El peligro de los prejuicios


No es prudente ni humano formarnos un juicio definitivo sobre una persona basándonos ciegamente en las opiniones de sus enemigos o de sus amigos, pues los primeros exagerarán sus defectos e inventarán otros; y los segundos, exagerarán sus virtudes y le adicionarán otras.
   
 Conviene tomar en cuenta para hacer honor a la justicia- las opiniones de los imparciales, los cuales escasean, y las que dictamine nuestra propia conciencia, ya que una errada apreciación por influencia malsana puede conducirnos hacia un error mayor: el prejuicio.
   
 Generalmente, las referencias dadas por un individuo sobre su enemigo nunca son buenas, pues hay esa tendencia casi instintiva en el ser humano a destruir a su contradictor, a su disidente, al que se convierte en obstáculo para la materialización de sus propósitos, sobre todo cuando éstos son oscuros y están animados por el mal. Y es que hay seres humanos que toman muy al pie de la letra aquello de que “el fin justifica los medios” (Maquia-velo): infamar, calumniar…y hasta matar. Es la evidencia constante de que el hombre es imperfecto.
  
  El prejuicio genera un oleaje de opiniones diversas que termina creando, en torno a la víctima, una atmósfera negativa matizada por el rechazo de unos y la maledicencia de o-tros. Esto ocurre especialmente cuando el prejuiciado concentra poder, y con el que todos quieren –por asunto de intereses- estar “en buena”, no “en desgracia”. Se parece esto a la situación que se da cuando un árbol ha caído: todos hacen leña de él, incluso hasta los que no tienen necesidad de hacerlo.

     Existe el tipo de prejuicio por inducción, que se da en aquellos sujetos débiles de carác-ter y que son fácilmente influenciables. Es el más común y el más peligroso, ya que casi siempre quien lo provoca es la persona insidiosa y calumniadora que, sin escrúpulo alguno, destruye imágenes de personas dignas y honestas. Ya lo decía Kane O’Hara: “Cuando el juicio es débil, el prejuicio es fuerte”.
  
  Hay que admitir que extraer de la mente de alguien un prejuicio es, a veces, tarea difícil y en ocasiones imposible. Con frecuencia, por más que se logre, queda algún vestigio amenazando con tomar fuerza y resurgir como el Ave Fénix. Si pidiéramos opinión a Albert Einstein posiblemente repetiría su célebre frase aforística: “Es más fácil desintegrar un átomo que un prejuicio”. Sobre todo, cuando se da el caso señalado en el párrafo anterior:       

“Los prejuicios son sumamente difíciles de erradicar de un corazón cuyo suelo nunca fue preparado o fertilizado por la educación; crecen allí, firmes como malas hierbas entre piedras”. Esto dice Charlotte Brontë.
  
  “Errare humanun est”. “Es propio del hombre equivocarse” –se ha dicho tantas veces-, pero es propio del hombre sensato y reflexivo enmendar sus errores y reconocer que estaba equivocado. El prejuicio es una gran equivocación que nos arrastra hacia el abismo insondable de la inexactitud, del desasosiego y del subjetivismo, por lo que debemos evitar ser presa de él si queremos ser justos, valorando con claridad de pensamiento las cosas, pero especialmente a las personas.


Así pues…. tened cuidado con los prejuicios.


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